Hoy os comparto esta curiosa historia en la cual queda reflejada la incapacidad que tenemos los seres humanos en innumerables ocasiones , para cuestionarnos el ¿para qué de lo que hacemos?.
Nos limitamos muchas veces a “obedecer ciegamente” ordenes externas que no enriquecen la vida de quien las emite, ni tampoco de quien las recibe.
A mi entender, desarrollar desde la infancia un espíritu crítico constructivo es fundamental para evolucionar como seres humanos.
“EL BANCO PINTADO”
Durante el mandato de Napoleón Bonaparte como Emperador de los franceses, se pintó un banco que se encontraba en los jardines del Palacio de las Tullerías (por aquel entonces residencia imperial). Para evitar que su amada Josefina o alguna de sus damas de compañía pudiesen manchar sus vestidos al sentarse por un descuido ordenó colocar a un soldado de
guardia con el propósito de avisar a quien quisiera sentarse de que la pintura todavía estaba fresca.
Eugenia de Montijo emperatriz de Francia como esposa de Napoleón III, allá por la mitad del siglo XIX, paseando por los jardines vio a un soldado montando guardia junto a un banco de madera. Cuando repitió el paseo unos días después, volvió a encontrarse con un soldado vigilando el banco y aquello le llamó la atención sobremanera.
Preguntó por qué se hacía aquello y comenzaron a investigar, ya que nadie sabía realmente el porqué de aquella vigilancia. Al final descubrieron que todo había comenzado en tiempos de Napoleón I, cuatro décadas antes.
Aquella guardia se mantuvo unos días por si el banco no estaba aún bien seco y la cosa se fue alargando. La cuestión es que durante décadas, día tras día, aquel pobre soldado —Que no siempre era el mismo— prestaba un servicio de poca utilidad.
Evidentemente, Eugenia de Montijo mandó derogarla y a partir de aquel momento el banco dejó de estar inútilmente vigilado.